Por Héctor G. Barnés
¿Qué cambios se avecinan? ¿Cómo deben preparase las empresas ante ellos? Seis expertos de primer nivel respondieron a estas preguntas en el último evento organizado por WOBI
La historia que cuenta la profesora de Gestión Financiera de la London School of Economics Lynda Gratton sobre sus dos hijos suena a parábola bíblica sobre el futuro del empleo. El primero le confesó que quería ser periodista. Error. El segundo, que estudiaría medicina. Buena elección. ¿Por qué? La autora de ‘Prepárate: el futuro del trabajo ya está aquí’ lo tenía claro: “Muchos de los artículos que leemos están escritos por un robot o encajan en una plantilla predeterminada, así que son automatizables. Sin embargo, todos estamos cada vez más preocupados por vivir más, y hacerlo con buena salud”. Cuando entra a su aula, ve a sus 200 alumnos con sus bolsas del gimnasio. Y ella misma, a los 65 años, presume de estar en muy buena forma gracias al Pilates o el yoga.
Lo que Gratton intenta explicar a los alrededor de 200 asistentes al World Leadership Forum, el congreso organizado por WOBI con El Confidencial como ‘media partner’ que tuvo lugar en la Hesperia Barcelona Tower este jueves y viernes, es que el cambio ya está aquí: “Aún no hemos conseguido reinventar el trabajo, pero estamos en ello”. Así que anima a los empresarios a plantearse tres preguntas: “¿Hacéis lo necesario para contribuir a mejorar la productividad a vuestros trabajadores, es decir, para que creen algo valioso? ¿Formáis grupos de iguales que compartan su aprendizaje? ¿Los ayudáis a mejorar su reputación?” Los humanos aprendemos viendo a otros humanos, y, por lo tanto, un buen líder debe ser aquel que conjugue unas buenas cualidades con la calidez personal.
Los robots son buenos en hablar de lo que ya hay, pero el talento humano está en descubrir lo que no existe.
Gratton, como cabecilla de una lista de seis ponentes entre los que se encuentran Daniel Goleman, Magnús Scheving o Sarah Lewis, abre fuego con las que considera las tres tendencias que marcarán nuestro futuro inmediato, el mayor cambio en la historia de la humanidad. Para empezar, los robots, que están aquí para quedarse. “La tecnología siempre produce nuevos trabajos”, recuerda. “Lo difícil es saber cuáles son exactamente los que van a aparecer”. Si alguien necesita una guía, puede fijarse en aquellos no rutinarios y analíticos. “Los robots son muy buenos en decirte lo que hay”, recuerda, “pero el verdadero talento humano se encuentra en descubrir lo que no existe”.
El tiempo, como explicó en ‘La vida de 100 años’, también es clave. Viviremos más y mejor, lo que plantea nuevos retos. “Vamos a trabajar hasta los 75 años, esto es así, pero ningún partido se atreve a decirlo porque no es una buena promesa electoral”, recuerda. No hay que verlo únicamente como un reto para economistas: se trata de un replanteamiento de nuestra vida, que deja de circular sobre el eje escuela-trabajo-jubilación para pasar a una existencia de múltiples etapas en la que el objetivo no sea ganar dinero para comprar cosas que supuestamente te hagan más feliz. El último gran cambio es la irrupción de la mujer en el mercado laboral, aunque, reconoce, queda mucho por hacer. Así que anima a todo aquel que quiera ser un gran líder a convertirse en un pionero social y comenzar a implantar la baja de paternidad: una sociedad con igualdad de oportunidades es más productiva para todos.
Cambiar por dentro
Para que el cambio no nos lleve por delante, debemos cambiar también por dentro. Pocos oradores son capaces de conseguir que 200 personas, muchas de ellas poco acostumbradas a acatar órdenes, cierren los ojos y se concentren en su propia respiración igual que que hacen los alumnos de una escuela del Spanish Harlem neoyorquino, pero Daniel Goleman es capaz de ello (y de mucho más). Un cuarto de siglo después de la publicación de ‘Inteligencia emocional’, que desmontó la importancia del coeficiente intelectual en favor de rasgos como la empatía, el trabajo en equipo o la comprensión tanto en el mundo de los negocios como en el personal, su enfoque humanista sigue suscitando admiración entre el auditorio. “Cuando comencé la gente me decía que no se podía hablar de emociones en los negocios”, recuerda. “Pero yo hablaba de inteligencia, y cuantos más datos hemos conseguido, más personas han admitido que estaba en lo cierto”.
“Descubrí su importancia en la reunión de viejos alumnos 20 años después del instituto”, narró. “El que había tenido más éxito no era ni el más inteligente ni el que sacaba mejores notas, sino que en lo que destacaba es en que era un excelente ser humano”. Su compañero pasó a fundar su propia cadena de televisión por cable, triunfó, la vendió en lo más alto y ahora se dedica a jugar al golf en Florida. “De donde vengo, es nuestra idea del éxito”, bromea Goleman. Si hay algo en lo que coincidan los líderes de las mejores empresas es en su capacidad para crear un ambiente positivo entre sus empleados, en conseguir que se diviertan con lo que hacen y que esta alegría sea contagiosa.
“La lección que deben aprender es que todos miran a la persona más poderosa de la jerarquía, y es capaz con su humor de deprimir a los demás, y hundir la productividad, o de motivarles y que todo salga mejor”, recuerda. La empatía es un rasgo clave para todos los líderes, pero se puede mejorar con un poco de trabajo. También otras cualidades que parecen sencillas, pero que no lo son, como la capacidad de escuchar. Goleman propone tres cosas que todo líder debe hacer: plantear objetivos claros, dejar que cada uno de los trabajadores alcance ese objetivo como considere que debe hacerlo y proporcionar continuamente ‘feedback’: “Recordad que el liderazgo es conseguir que el trabajo salga bien gracias a tu equipo”.
Puedes tener la mejor tecnología en tu empresa, pero no es suficiente si no pones un poco de drama en todo lo que haces.
Algo semejante planteó el doctor, cirujano y experto en motivación Mario Alonso Puig durante su intervención, en la que recordó que todos podemos (y debemos) cambiar a mejor, a través de nuestro cuerpo, mente y alma. Desde cambios en apariencia sencillos pero que son decisivos en nuestra salud como la dieta (“el gran problema es el azúcar, pero no el de los postres, sino el de los alimentos preparados”, recordó) hasta el ejercicio, pasando por la siesta (“la cabezadita de 10 minutos”), hasta superar la disonancia entre lo que esperamos de la vida y lo que esta nos da, la clave se encuentra en dejar que la red ejecutiva frontal, el “buen jefe”, como recordaba Goleman, tome las riendas, y no la amígdala, ese mal jefe capaz de que las personas más inteligentes tomen las peores decisiones.
La vida es una ilusión
El colombiano Juan Pablo Neira concluyó su participación con una disculpa: “Conmigo no han aprendido nada, simplemente les he recordado lo que ya sabían”. Si bien los principios que el publicista y empresario recordó pueden sonar familiares (la importancia de la motivación como motor de arranquel, la urgencia de desarrollar las ideas para convertirlas en realidad y que no se queden en agua de borrajas), su forma de transmitirlas a un auditorio boquiabierto no tiene nada de convencional. Neira es un mago, en el sentido literal y figurado, capaz de sacar de su maletín bolas de billar de varios kilos de peso o de meterse en la mente de los participantes para descubrir qué carta de la baraja de póker han elegido. ¿El mensaje? “Nada es imposible, simplemente aún no lo han intentado”.
“La innovación es tecnología más drama” es uno de los lemas de Neira, quien decidió añadir la magia a su repertorio hace 20 años, en mitad de una crisis vital. Una decisión que le ha llevado a dar 950 conferencias en 30 países. “Puedes tener la mejor tecnología en tu empresa, pero no es suficiente si no pones un poco de drama en todo lo que haces”. Así fue su intervención en Barcelona, como una pequeña obra de teatro mágica que reivindicó la importancia de pensar diferente, de convertir tus proyectos en una experiencia, construir confianza y en ejecutar innovando. En definitiva, de la magia, que para él es motivación, actitud, gente, innovación y actuación.
Michael Jordan dijo que el secreto de su éxito sin parangón se encontraba en todos los fracasos que había sufrido. Basándose en esa premisa, Sarah Lewis, profesora de Harvard y parte del Comité de Políticas de Arte de Barack Obama, pasó un lustro entrevistando a más de 200 creadores, ya fuesen artistas, empresarios o deportistas. El resultado es el ‘best seller’ ‘The Rise’, donde expone los rasgos que, a su juicio, son clave para la creatividad y el liderazgo. Una de ellas es la determinación, esa que consiguió que Martin Luther King, el niño que suspendía en oratoria en el colegio, terminase dando uno de los discursos más memorables de la historia. Pero tan importante es la determinación como la capacidad de corregir la dirección a tiempo: “A menudo hay que cambiar tus tácticas para alcanzar una meta, porque aunque lo que obtengas sea un resultado totalmente distinto a lo que esperabas al principio, has logrado tu objetivo inicial”.
A menudo es difícil defender las buenas ideas en público, porque cedemos a la presión de nuestro grupo.
A las personas realmente creativas no les preocupa tanto el éxito como la maestría. “La diferencia es que el éxito es dar en la diana una vez”, recordó, “mientras que la maestría es saber que eso no sirve de nada si no eres capaz de hacerlo una y otra vez”. Franz Kafka quiso quemar toda su obra y hoy es recordado como uno de los grandes escritores del siglo XX. Cézanne consideraba que el 90% de sus obras eran fallidas. “Los maestros suelen estar insatisfechos”. El último rasgo que comparten es disponer de un espacio propio para la creación, donde las ideas puedan desarrollarse en libertad. “Muchas de las buenas ideas son fáciles de defender en privado, pero cuando las tenemos que discutir en público, frente a la presión del grupo, nos acobardamos”, explica la experta en arte. Es lo que ocurrió con películas como ‘Juno’ o ‘El discurso del rey’, proyectos que todos admiraban pero nadie se atrevía a sacar adelante por miedo al fracaso pero que terminaron convirtiéndose en grandes éxitos. “Todas las empresas necesitan a una Casandra, una persona que ponga objeciones a los consensos rápidos”, concluye Lewis.
Magnús Scheving fue el conferenciante más peculiar (y quizá el más carismático) de todos los que pisaron la tarima de WOBI. Atleta islandés de élite de cincuenta y cinco años, aunque por su apariencia podría pensarse que tiene 40, narró el lento pero seguro camino hacia el éxito de Lazy Town, la serie de televisión infantil que le lanzó a la fama. “Comencé con una idea que fue un reto: hacer algo con la salud de los niños sin tener dónde enseñarla ni saber qué vender”, explicó. 10 años y 52 países visitados después, arrancó con un pequeño libro lo que se terminaría convirtiendo en un éxito global que consiguió un doble objetivo: ser vendida a TimeWarner cuando Scheving consideró que había llegado la hora y que el ministro de Sanidad islandés le felicitase por haber sido la culpable de frenar la epidemia de obesidad infantil.
A lo largo del camino, Scheving aprendió una serie de lecciones: hay que aspirar a estar siempre en el top 3, es decir, hay que situarse en sectores donde no haya una gran competencia; elegir el equipo correcto, donde no haya ningún vago (“no el que se hecha la siesta, sino al que ha dejado de importarle todo”), comunicarte claramente con tu equipo (“sé específico y si ya lo eres, intenta serlo aún más”) y tener claro el beneficio de su empresa, que en su caso puede resumirse en que una buena idea es “aquella con la que todo ganan”. Algo semejante a la idea que tuvo hace casi 30 años y que le llevó a presentarse, disfrazado como el protagonista de LazyTown, en la Casa Blanca: “Cuando vienes de un país pequeño, es difícil dar el primer paso, porque no hay nadie que lo haya hecho antes”. Pero él lo hizo.
A media tarde, tras horas y horas de ideas y debates, Scheving cerró las sesiones solicitando a los asistentes imitarle realizando el baile de Lazy Town, un excéntrico, pero apropiado colofón. Si algo quedó claro, es que es su lado humano lo que convierte al líder en uno, y que todo cambio en la empresa comienza por la transformación personal de aquel que aspira a dirigirla. También, que el futuro es incierto, y que, por ello, debemos estar listos para cambiar de dirección. Graffton convenció a su hijo para que no estudiase Periodismo, pero hizo Relaciones Públicas, como confesó con satisfacción a El Confidencial en uno de esos apartes personales que estos encuentros facilitan.
Comentarios recientes